Despedida

San Fernando de Henares, 1 de enero de 2011.


Hoy empieza un nuevo año y para mí una nueva etapa. Que cuando en el almacén de tu vida, reina el caos, hay que parar y organizarlo, para poder seguir con el trabajo.


El Despertar de la Alfalfa ha sido mucho más que una tienda, ha sido una de mis mejores maestras. Sin haberme calificado, me ha enseñado a corregir mis propios errores.


Sin darme cuenta he ido aprendiendo a hablar mientras cobraba, a diferenciar el aceite de oliva virgen del aceite refinado y a proteger a las lechugas, que aunque resistentes al frío, son las más vulnerables si las arrancas de su tierra.


He aprendido que hay frutas no climatéricas que sólo maduran en su árbol y otras climatéricas que lo pueden hacer estando lejos de él.


He aprendido a distinguir el trigo de la cebada, el comino de la alcaravea y la leche convencional de la que no está homogeneizada. También, el jamón de cebo al de bellota, una cabra murciano-granadina a otra verata y corderos recentales de lechales. También que los higos son una versión al revés de la fresa y que hay variedades astringentes y no astringentes de caquis. Y que la naranja es, probablemente, un antiguo híbrido entre la mandarina y la toronja.


He aprendido que la miel es la esencia de la primavera y las abejas la esencia del porvenir.


He aprendido a entender a aquellas frutas que gastan toda sus reservas para alcanzar el éxtasis en la maduración, que es la última e intensa fase de sus vidas.


He descubierto que me encantan las coles, la remolacha, el apio, el hinojo, el boniato y otras hortalizas desconocidas para mí hasta entonces.


He aprendido a replantearme qué es el comercio justo y si es necesario comer alimentos subtropicales como el café y el cacao que vienen de tan lejos, cuando los niños de Ghana no han probado nunca el chocolate. Debe ser que todo el prestigio de pertenecer a la península ibérica se lo llevaron los cerdos... He comprendido que cuando haya “misioneros” en este Norte dejará de haberlos entonces, en aquel Sur. Supongo que queda mucho por descubrir cerquita nuestra...bien lo saben los pájaros...


He perdido visión pero he ganado en otros sentidos, porque lo esencial es invisible a los ojos. He aprendido a escuchar, a oler y a tocar con cuidado. A echar menos sal y menos azúcar en las comidas. Azúcar y sal, ¿acaso no son el fracaso de la alimentación globalizada?


He aprendido a disfrutar de la fruta y a resignarme a verla agonizar sin que nadie se la lleve, sin que nadie se dé cuenta de que está muriendo. Y a no herir más a mi estómago por comerme las sobras de los demás.


He aprendido que se necesitará un pueblo unido para destronar al consumidor y desenterrar a los productores.


Mi lavadora se ha muerto porque no han encontrado donante de tambor. Y yo ando buscando un director de orquesta que con su concierto la resucite.


He aprendido que no aprenderemos a reciclar hasta que no desechemos la cultura de “usar y tirar”.


He aprendido a entender a las mujeres y hombres y agricultores, cuidadores del ganado, pescadores, pastores de todo el mundo. Seres humanos en peligro de extinción. Aquéllos que han amado lo que han hecho, pero que han rozado el límite de la desesperación al ver sus cestas llenas y sus bolsillos vacíos. Este cierre va dedicado a todos las pequeñas tiendas de este planeta.


He aprendido a tratar a los clientes como si fueran mis propios hijos y encontrar en ellos la alegría que me faltaba en interminables mañanas, en eternas tardes. Ahora entiendo a las madres y a los padres.


He aprendido a despreciar a los precios, que todo lo pervierten y a los certificados, que todo lo adulteran. Y que no supe qué margen poner a nuestras conversaciones.


He aprendido que un vagón vacío puede llenar mi alma y conducirla a la estrella polar, que me lleva a Sirio.


He aprendido que las multinacionales nunca podrán vender productos justos y ecológicos como no puede el nazismo hablar de derechos humanos a los hijos de los que murieron en un campo de concentración. Porque si éstos nacieron, fue para luchar contra las injustas reglas que ellas dictaban.


He aprendido que muchas cooperativas agrícolas llevan el nombre de algún santo porque la Iglesia a principios del siglo XX ayudó a los campesinos a levantarlas.


Mi cartera me dice que cómo pueden hablar los dirigentes políticos mundiales de biodiversidad y protección al medio ambiente, si todos son varones de raza blanca.


He aprendido que los colosos del poder crecieron en orfanatos y fueron maltratados por la humanidad. Y ellos odiándonos, nos han conquistado el alma.


He aprendido que las ETT seleccionan presos, los gobiernos subvencionan cadenas, los bancos financian prisiones, la policía entrena guardianes y la televisión es la puerta de acceso. Que en nuestro currículum vítae está escrita nuestra condena. Que si mi generación se droga, es para olvidar que vive encarcelada.


He aprendido que un cigarro puede ser diez minutos en los que respirar, cuando el tiempo te aprisiona.


He aprendido que Internet te conecta al mundo pero también te desconecta. Y que es la nueva puerta de acceso en construcción.


He aprendido que hay mentes brillantes en el corredor del paro y los funcionarios, no entienden de piedras preciosas.


He aprendido que tan importante es presionar con suavidad las ubres de las que obtienes leche, como lo es cuidar a una persona que muestra interés en tu proyecto. El ser humano también es naturaleza.


He aprendido que el olivo, al igual que la vid o el almendro, es un árbol al que le gustan las condiciones duras. Crece bien en tierras áridas, secas y con climas extremos. Y que cuanto peores son las condiciones climatológicas, más bueno sale el fruto.


He aprendido que nos han robado el cielo de San Fernando de Henares pero no alcanzaron a llevarse la luna. Y ella por la noche, nos guiará a las mansiones donde los ladrones duermen.


He aprendido que un niño saharaui tiene más educación que los niños de mi calle. Que si prefieren las golosinas a las pasas, es porque a sus madres nadie les enseñó a distinguir la basura de la comida. Y que hay un pequeño jinete que recorre la calle de un lado a otro, hechizando el suelo que los demás pisan, llorando lo que los demás ensucian.


He aprendido que el jardín botánico es un aeropuerto de plantas sin destino y los insectos allí, están de huelga indefinida.


He aprendido que un huerto es la esperanza de flores marchitas del desierto.


He entendido que por más que quieran que nos veamos como diferentes, somos muy similares; compartimos las mismas preocupaciones y el mismo paladar. Que nuestro enemigo no avisa por teléfono y que es un gigante invisible. Y que nuestra lucha, tampoco se ve.


He aprendido que en cada uno de nosotros hay la mitad de un maestro y la mitad de un aprendiz.


He aprendido a distinguir un tomate ecológico leridano, de otro manchego que dura en la despensa de la memoria hasta la siguiente cosecha.


He aprendido a distinguir una mermelada de arándanos cuyas bayas no me escuchan, a una insólita de cerezas cuyas drupas me hablan, de una agricultura ecológica alternativa y emancipadora.


He aprendido a entender que la fruta ecológica se vuelve gris con el triste cielo de la ciudad. Su color y su brillo desaparecen si no siente el calor del sol que le ha dado la vida, si no aspira el aire que le ha enseñado a respirar y si no escucha el ir y venir de las abejas que libaron su néctar.


He aprendido que en el mundo antiguo las legumbres dieron nombre a ilustres familias romanas: Fabio se deriva de haba, Léntulo de lenteja, Piso de guisante y Cicerón – la más distinguida de las cuatro – de garbanzo.


He aprendido que hubiera prestado más atención en mis clases de latín, si las lecciones de mi profesora hubieran sido mejores que las de mi compañera de bachiller.


He aprendido que no hay más lengua muerta que la del que no sabe hablar.


He aprendido que hasta el sordo escucha, si se le susurra al oído.


He aprendido que mi guitarra echaba de menos que la abrazase. Y que me he enamorado de una canción cuyas melodías han inspirado las letras de mi diario. Que si escribo en él, es porque soy el motivo que mejor conozco. Y esta carta, sus última páginas.


He aprendido que en los 80 nacimos en brazos de la comida basura y que las nueces, avellanas, castañas y piñones existen desde antes de que América del Norte y Europa se separaran, hace unos 60 millones de años. Y que aunque la publicidad nos lo oculte, ellas han sido las madres biológicas de la humanidad.


He aprendido que si no sabemos comer es porque nadie nos enseñó y si la comida nos sienta mal, es porque no sabemos cómo digerirla.


He aprendido que hemos recibido más formación que nunca, pero en materia de consumo, somos analfabetos.


He aprendido que entenderé al vegano cuando el humano no viva hacinado en jaulas de ladrillo.


He aprendido que la gallina no es una máquina de poner huevos como una cajera no es una máquina de pasar códigos de barras. Que son tan infelices que no pueden dar felicidad a nadie.


He aprendido que haríamos menos daño a los animales si les tuviéramos menos miedo y que seríamos menos carnívoros si viésemos en qué condiciones han vivido.


He aprendido que la memoria está a las órdenes del corazón. Y si no volviste, es porque olvidaste que tu compra era parte de mi supervivencia.


He aprendido que tendríamos que mirarnos menos al espejo y vernos más en los demás.


He sufrido con los productores, cuyos campos he considerado como propios, la pérdida de sus cosechas y de sus familiares.


He aprendido que el mejor ecologista de mi pueblo se ha ido a limpiar el Támesis, con la de mierda que tiene el Jarama. Come soon!


He aprendido que la palabra cereal se deriva del nombre de la diosa romana de la agricultura, Ceres, que a su vez procede de una raíz indoeuropea, ker, que significa “crecer”; de la misma raíz se deriva “crear”, “incremento” y “creciente”.


He aprendido que los reyes árabes se inspiraron en las granadas para crear sus coronas y no en las hamburguesas.


He aprendido que en un trocito de levadura hay millones de seres vivos unicelulares y que éstos necesitan alimento, calor y abrigo para fermentar la masa del pan. ¿Cómo puedo entonces considerarme vegetariana, si lo como a diario?


También que la cerveza es fruto del ingenio de los que no tenían uvas y que la manzana lo es, de los que no tenían piernas.


He aprendido que sólo se valora el corcho cuando se ha observado la desnudez de un alcornoque descorchado.


He aprendido que el lenguaje es machista y la palabra es femenina. Y que las leyes pertenecen al hombre y el sentido común a las mujeres.


He aprendido que este proyecto nunca ha sido mío, como tampoco lo son estas palabras. Es el mundo el que me ha enseñado a escribir y sus letras quedan en mis manos, que vuelven al mundo.


He aprendido que mi perro encontró la libertad en otra persona, y que cuando les veo juntos, soy feliz. Porque yo no le supe cuidar y el se sintió abandonado. Que él mordía todo lo que yo tocaba porque no sabía hablar. Que antes de echar la culpa a alguien deberíamos preguntarnos qué estamos haciendo mal.


He aprendido que si ha habido días en los que creí que la alfalfa despertaba, no era porque hubiese salido el sol. Eran sus propias ganas de vivir, que les bastaba con el brillo de vuestras miradas.


He aprendido que el despertar no iba a ser el de una azafata que se ha dormido en el viaje, sino el de un piloto que ha encontrado un oasis en el desierto.


He aprendido que el resto de tiendas son hermosas, pero están vacías. Y como diría el zorro al principito: el tiempo que la has dedicado es lo que hace a tu rosa tan importante. Y en su muerte, está la vida... porque ella vuelve a brotar y encontrará nuevas manos que la cuiden.


He comprendido que tan importante es labrar bien la tierra a cada paso que se da, como lo es de vez en cuando levantar la vista al horizonte para no torcerte.


He aprendido que la belleza no está en el campo de verdería, sino en los campos de colores.


He aprendido que sólo se aprende a amar lo que se pierde, no lo que se encuentra. Y que la verdad, cuanto más se resiste, con mayor placer se entrega.


Si aprender no es un fracaso, y también vosotros habéis aprendido, entonces juntos, alcanzaremos el éxito.


Aunque siempre las despedidas son dolorosas, y cambien nuestros papeles, el escenario será el mismo. Que el comercio es un penoso oficio para los que no invaden nuestros buzones de porquería.


Que aunque hoy parezca estar triste, en realidad, estoy contenta. Y como ya no creo en los Reyes Magos porque de niña me robaron un dibujo, el mejor regalo que me podéis hacer es darle a la tienda una muerte con dignidad. Y vuestra presencia estos último días, serán sus flores que con ella descansen. Por eso a partir del 6 de enero abriré, para que los verdaderos pajes me devuelvan todas las cartas que les envié a esos tres tipos irreales.


Que aunque me queden algunas deudas pendientes, no me financió ningún banco, porque todos carecen bastante de ética. Y que no estoy del todo arruinada ya que hace poco me enteré de un banco que acepta tiempo. Y aunque hay cosas que ya no me sirven, sé de un mercadillo de trueque.


Estas Navidades no compré lotería. ¿Para qué nos sirve ser millonarios si, fuera de la cárcel, ya no tenemos que pagar libertades provisionales? Si ya nuestras almas son libres para cumplir sus sueños.


Que cuando veáis en la tele a los antisistemas, os acordéis de que la gran mayoría no vamos quemando contenedores. Y que a los funcionarios de prisiones, no les gusta tener gente que les revolucione la celda 211.


Que en el extranjero, donde menos alumbraba el Sol, más he vislumbrado la Tierra en la que vivo.


Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré cerrado en vano.


Gracias a todos los que habéis pasado por la tienda y a los que habéis colaborado desde lejos. Especialmente a los incondicionales que de principio a fin me han prestado su apoyo y a los que entendisteis que este proyecto, era algo más que una tienda. Gracias por nuestras conversaciones. Gracias por entender mi inexperiencia.


Gracias a los dos pilares imprescindibles de este proyecto (y de mi vida): Vane y mis padres, Luis y Vicenta. Sin ellos, nada de esto hubiera llegado a existir.


Gracias Bender por enseñarme a entender mejor a las personas.


Gracias Bryan, Douglas, Jason, Marina, Michael y Sandra por no faltar a las clases aunque fuesen las últimas del día. Por enseñarme que los niños te valoran más en el trabajo que los adultos.


Gracias Mercedes y Mª Fernanda por enseñarme las letras en parvulario y a escribir en el colegio.


Gracias Toni por todo este tiempo que has sido mi ángel de la guarda y a todos los ángeles anónimos que sostienen el mundo y lo ponen patas abajo.


Perdonadme si alguno os habéis sentido abandonado, pero es que estaba cuidando la tienda.


El sábado 29 de enero os presentaré a mi lavadora adoptiva, Ceres, a quien os animo dejéis las últimas cartas y le contéis lo que para vosotros ha significado “El Despertar de la Alfalfa”.


Mientras yo, le curaré las marcas, para que con la melodía de vuestras letras despierte, y comprenda, que la engendró un monstruo, pero que puede llegar a ser una diosa.


Feliz Año 2011



PD: “Yo me metí a sombrerero por ganar algunos cuartos y ese año nacieron sin cabeza los muchachos”. Gracias abuela por hacerme reír. Ella me dice que aprovechemos la juventud para soñar, que de mayor la noche te desvela y la vida es sueño y los sueños, sueños son. Que el escaparate estaba para mostrarles, que no todo estaba perdido.